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Hacia una Evaluación para el Aprendizaje

Yudy Andrea Gómez Martínez

Integrante de la línea de investigación:

Pedagogía, diversidad cultural y formación de maestros y maestras


La evaluación tiende a convertirse en algo problemático al interior de las instituciones educativas, incluso, se escucha a una parte del profesorado mencionar que “lo maluco de enseñar es evaluar”. Por lo general, cuando se hacen este tipo de comentarios, las personas se refieren principalmente a los desacuerdos que pueden traer las valoraciones cuantitativas, las calificaciones. Por ello, se hace necesario cuestionar algunas de estas miradas reduccionistas y ubicar la evaluación en un lugar protagónico dentro del proceso educativo, un lugar que no se limita al de las calificaciones; esto teniendo en cuenta que, a veces, se desconoce todo lo que está inmerso en la evaluación y la mayor parte del tiempo, como profesores, estamos valorando, reconociendo el proceso del estudiantado, analizando sus dificultades y sus fortalezas y, a partir de lo observado, tomando decisiones que implican lo pedagógico.


Como profesora, he escuchado a algunos de mis estudiantes preguntar “Profe, ¿Y esto da nota?”. ¿Cuántas veces esta misma pregunta habrá transitado por los espacios del ámbito escolar?, unas veces se manifiesta explícitamente y, otras, solo se piensa. Estas palabras, que como profesora he escuchado en múltiples ocasiones, llevan implícita una concepción de la evaluación; si un trabajo académico recibe una calificación, se le presta mayor cuidado, se pone más empeño en la realización de la tarea, por el contrario, si la tarea no es valorada cuantitativamente, se le mira con desdén y, aunque se realiza, el esfuerzo en su desarrollo disminuye de manera considerable. Tanto así, que una respuesta de muchos profesores ha sido “dar una nota” por todo cuanto se realiza en determinada asignatura, incluso si con una tarea específica no se tiene un propósito definido porque, como dicen en ocasiones, “si no se califica, los estudiantes no trabajan” y este es el mensaje que han recibido muchos estudiantes durante su tránsito por la escuela, “todo cuanto hagas tiene una calificación, que sumará o restará en tu promedio final”. Sin embargo, en ocasiones, no existen unos criterios claros para la elaboración de las tareas propuestas. Se propone una tarea a desarrollar, pero no se especifica qué deberá tener en cuenta el estudiante a la hora de realizarla y, por supuesto, tampoco se menciona qué se tendrá en cuenta a la hora de calificarla, incluso, el único que valora las tareas es el docente y los estudiantes no tienen voz en este proceso que los involucra directamente, dicha voz solo aparece cuando existen desacuerdos en la valoración cuantitativa. De aquí la apatía que se tiene por la evaluación.


Para analizar el tema de la falta de criterios en la evaluación, quiero retomar un apartado de la obra literaria El profesor, escrita por Frank McCourt, que resulta ser bastante ilustrativo


Cada junio durante mis ocho años en el McKee, el Departamento de inglés se reunía en un salón para leer, evaluar y calificar el examen del Directorio del estado de Nueva York. Apenas la mitad de los alumnos de McKeem aprobaban el examen. A la otra mitad había que ayudarla. Tratábamos de inflar las notas bajas para que aprobaran, pasábamos de cincuenta y pico a los sesenta y cinco requeridos.
Con preguntas de opción múltiple no podíamos hacer nada, las respuestas eran correctas o incorrectas, pero ayudábamos en los ensayos sobre literatura y temas generales. Hay que darle crédito por haber asistido. Pero claro que sí. El chico podría haber estado en cualquier otro lado, metiéndose en problemas, molestando a la gente. Tres puntos por presentarse, por ser un abnegado ciudadano. ¿Su escritura es legible? Sin dudas. Otros dos o tres puntos.
¿El chico molestó en clase alguna vez? Bueno, tal vez en una ocasión. Sí, pero seguramente lo provocaran. Además, su padre murió, un trabajador portuario que desafió a la mafia y terminó en el Canal Gowanus por haberse tomado la molestia. Dale dos puntos más por tener al padre muerto en el Gowanus. Estamos subiendo esa nota, ¿verdad?
¿El alumno usa párrafos? Claro que sí. Mira esas sangrías. El chico es un maestro de la sangría. Definitivamente, aquí hay tres párrafos.
¿Pone oraciones temáticas en sus párrafos? Bueno, verás, podría decirse que la primera oración es una oración temática. Está bien, dale otros tres puntos por las oraciones temáticas. ¿Por cuánto vamos? ¿Sesenta y tres? (2006, p.126).

Como se observa en el fragmento anterior, para la valoración de los escritos en cuestión, no se tienen como referente unos criterios, no hay unas pautas claras que permitan identificar hasta qué punto los estudiantes lograron el propósito que se tenía con las redacciones, incluso, en la estrategia utilizada por los profesores para “subir las calificaciones”, se consideran asuntos personales que no tienen relación con las composiciones escritas.


Cuando hablamos de Evaluación para el Aprendizaje, es necesario cambiar la mirada y pensar la evaluación en función de los aprendizajes. Esto, por supuesto, requiere que los estudiantes tengan un papel protagónico en su proceso. Gibbs y Simpson (2009) plantean la necesidad de propiciar estrategias que permitan la autorregulación[1] de los estudiantes, de manera que ellos mismos puedan hacer un seguimiento a sus procesos de aprendizaje y, para que los estudiantes autorregulen su proceso, se requiere que existan unos criterios claros para la elaboración de las tareas propuestas. Por esto, es necesario que los profesores les informen cuáles son los propósitos de las tareas, lo que se espera que realicen y lo que se tendrá en cuenta a la hora de valorarlas. Cuando los estudiantes comprenden esto, pueden valorar su propio trabajo, reconocer sus avances y las dificultades que tienen y, por supuesto, pueden valorar el proceso y las tareas realizadas por sus compañeros. De esta manera, se pueden fortalecer procesos evaluativos compartidos que permitan autorregular los aprendizajes y devolver a la evaluación el lugar central que tiene en los procesos de aprendizaje.

La evaluación lleva implícitas unas ideas sobre la enseñanza, sobre el aprendizaje, sobre el rol del maestro y el rol del estudiante, es importante, reconocer dichas concepciones y de esta manera, de forma consciente, propiciar un espacio de enseñanza y aprendizaje que ponga en relación armónica estas concepciones que se tienen.


[1] La autorregulación se entiende aquí como la capacidad que tiene el sujeto para evaluar su proceso y emprender acciones que le permitan lograr sus objetivos. Según de la Fuente (2017) esta comprende tres fases: 1. Auto-observación, 2. Auto-juicio, y 3. Auto-reacción.


Referencias bibliográficas


De la Fuente, J. (2017). Autorregulación y procesos de aprendizaje. Aula Magna 2.0. [Blog]. Recuperado de: https://cuedespyd.hypotheses.org/2878


Gibbs, G. y Simpson, C. (2009). Condiciones para una evaluación continuada favorecedora del aprendizaje. Barcelona: ICE y Ediciones OCTAEDRO, S.L.


McCourt, F. (2006). El profesor. Madrid: Maeva.



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1 commentaire


Saludos.

Si concebimos la evaluación como una parte del proceso de enseñanza - aprendizaje, y cabe agregar, un momento pivilegiado que permite enviar/recibir las devoluciones de acuerdo a la apropiación o al acercamiento asertivo en dirección de unos criterios preestablecidos y previamente informados a aquel que se evalúa, es posible garantizar que el juego que se presenta en el escenario educativo, se pueda desarrollar con un mínimo de efectividad. Instalada una dinámica tal en la que unas reglas de participación son de dominio y uso flexible por parte de quienes integran el escenario educativo, se pueden generar dinámicas de interacción en las que incluso quienes son evaluados, pueden participar/cooperar en la valoración de sus acciones en pro del aprendizaje: valorar…

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